13 de junio de 2014

El correo tradicional

El correo tradicional, también conocido como Snail mail (por la velocidad del caracol) en Estados Unidos, fue otrora el principal medio para comunicarse con personas lejanas. Progresivamente fue siendo desplazado por otros medios como el teléfono, y tiempo más tarde, el e-mail o la videoconferencia. Por nuestros pagos, tal vez debido a su ineficacia, el correo ha quedado principalmente reducido al envío de facturas y folletos (y aún así una gran parte de estos servicios es brindada por sociedades privadas: hasta que me fui del país, la propia Policía Federal, encargada de la confección de los pasaportes, los enviaba usando OCA).

Cuando a comienzos de 2010 hice el trámite de Campus France para venir a estudiar a Francia, tuve que confeccionar un dossier [carpeta], que es el término que se utiliza acá para denominar a todo conjunto de papeles cuya finalidad es realizar un trámite administrativo. Este dossier, compuesto de formularios, traducciones, fotocopias y triplicados, todos con sello de la autoridad consular competente, debía ser consolidado en un sobre de dimensiones consecuentes y luego enviado por correo a Francia, acompañado de tres "cupones de respuesta internacional".

¿Lo qué?

Hasta ese día, yo, un adulto hecho y derecho de 25 años, no había mandado en toda mi vida más que una sola carta. Lo recuerdo bien: estaría en primero o segundo grado de la primaria, y un día hicimos un taller en el cual cada quien tenía que escribirle una carta a un compañerito, de tal manera que todos escribirían una carta y recibirían una. Todavía me acuerdo de dejar mi cartita en uno de los tradicionales buzones rojos. Nunca llegó.

Era igualito a este.
(Foto: Sobrevivientes)

Podemos decir que mi experiencia con el correo tradicional hasta entonces no había sido la mejor. Pero volviendo al tema, tenía que conseguir los famosos cupones de respuesta internacional, lo que fuera que fuesen (pista: son estampillas especiales para que el destinatario te pueda enviar su respuesta desde el país de destino). Me dirigí entonces a la oficina del Correo Oficial más cercana a donde yo vivía por aquél entonces, a dos cuadras de Retiro, donde ni una sola de las personas que tenía delante mío en la cola compraron estampillas, obviamente, porque al igual que yo, la gente no suele enviar cartas.

Cuando finalmente llegó mi turno, la cajera me comunicó que no podía darme los tres cupones que necesitaba, sólo me podía dar dos porque no tenían más que eso. Para conseguir más, me mandaron al Correo Central. En Buenos Aires, la gente manda tan pocas cartas que las oficinas de correos no tienen estampillas.

Dado que estoy escribiendo estas líneas 4 años después desde mi escritorio en Lyon, es razonable asumir que todo salió bien, que el Correo Oficial se redimió conmigo por no haber entregado esa cartita que mandé de chico y transmitió en tiempo y forma mi sobre al correo francés. Y no se equivocarían, ya que la evidencia indica que tanto las universidades que me hicieron llegar su rechazo como la que finalmente me aceptó, recibieron mi sobre.

Toda esta larga introducción era para contrastarlo con la situación en Francia. Acá, la situación es totalmente inversa: la mayoría de la gente no suele recibir facturas por correo (acá se usa mucho una especie de débito automático del que voy a hablar en otro post), pero manda y recibe cartas continuamente. Muchos trámites administrativos involucran al menos en una etapa el uso del correo. La mayoría de los inquilinos le manda un cheque por correo todos los meses al dueño de su departamento. Muchas promociones de tipo "cash-back" (comprás algo y te devuelven parte del precio) involucran mandar papeles por correo y recibir cheques por correo.

La diferencia es tal que se ve reflejada incluso en la arquitectura y en las costumbres. En los edificios argentinos se acostumbra que el cartero deje el correo en el hall de entrada, y si hay un portero, este último se ocupa de repartir la correspondencia a cada departamento, generalmente deslizando las cartas por abajo de la puerta. En los edificios franceses (y en los europeos en general hasta donde vi), en el hall de entrada siempre hay un montón de casillas de correo, una para cada departamento, donde se dejan las cartas. Se vuelve entonces la rutina de cada día, al salir por la mañana o al volver a la noche, abrir la casilla para ver si hay cartas.

Paisaje típico en un hall de entrada francés.

El correo francés (La Poste) se creó en 1576 y desde 2010 es una sociedad anónima de la cual el estado es accionario al 100%. Además de correo y mensajería, ofrece servicios bancarios (es un banco como cualquier otro), es un operador de telefonía celular, y tiene un servicio de e-mail (pensé que sólo los viejos lo usaban, pero vi pibes de 20 años con cuenta de laposte.net).

Los carteros se movilizan en bicicletas amarillas como esta.
(Foto: Jaume Ferran)

Los códigos postales son en general bastante más simples que en Argentina: están compuestos de 5 dígitos, de los cuales los dos primeros son el código del departamento (Francia no tiene provincias, tiene regiones y departamentos), y los otros tres corresponden a la ciudad. Las ciudades importantes como París, Lyon o Marsella están divididas en arrondissements [comunas], entonces si yo vivo en la comuna 8 de Lyon, mi código postal es 69008 (69 el código del departamento de Rhône, 008 el de la comuna 8).

Como esto era demasiado simple, en 1972 La Poste inventó un servicio de correo prioritario llamado CEDEX (Correo empresarial de distribución excepcional - los franceses aman los acrónimos), que consiste en asignar a una empresa un número Cedex que reemplaza el código postal. Pero este no sería el único beneficio, según el artículo de la Wikipedia francesa:
El CEDEX también es útil para empresas ubicadas en la periferia de grandes ciudades y que desean que su dirección de la impresión de que se encuentran dentro de la ciudad. Es el caso, por ejemplo, de algunas empresas instaladas en el territorio de la comuna de Montrouge (Hauts-de-Seine, en las afueras de París); Cadbury France, con domicilio en 143 Boulevard Romain Rolland (92120, Montrouge), tiene una dirección Paris CEDEX 14 [Como si estuviera en la comuna 14 de París].
En otras palabras, es como si Cervercería Quilmes recibiera el correo en su planta embotelladora al sur del conurbano bonaerense, pero la dirección hiciera pensar que tienen oficinas en Recoleta.

¿Un palacio? No, el correo central en Estrasburgo.

28 de abril de 2011

Buen día, hábleme de usted

Una de las primeras cosas que uno aprende cuando aprende francés, es que en Francia la gente se trata de usted. Esta práctica, gracias a que en Argentina está largamente perdida y actualmente reservada a la gente mayor o los ambientes exageradamente formales, siempre me presentó dificultades. Personalmente, siempre que lo intento me enredo y termino mezclando tonos, diciendo la mitad en usted y la mitad en vos. Para peor de males, en francés usted y ustedes se escribe y se conjuga igual...

En Francia, aprender a tratar a la gente de usted es esencial. Aquí la politesse (cortesía) es muy importante, y si uno no cumple, está muy mal visto y puede llegar a ser interpretado como una falta de respeto. Uno puede chocar el auto y cagarse a puteadas con el otro, pero si lo llegás a tutear, decididamente la cosa termina a las manos.

Salvo durante la revolución francesa, cuando hasta
descabezar estatuas fue considerado polite.

Algo que nos sorprendió cuando llegamos al país es que aquí todo el mundo se saluda. No solo eso, sino que también existen formulas muy específicas que se supone que uno tiene que seguir. Entrás a un negocio y lo primero que se dice es Bonjour (buen día) o Bonsoir (lit. "buenas noches", pero se usa a partir de las 6 de la tarde). Al irse, se saluda con Bonne journée, Bonne après-midi, o Bonne soirée (que tenga un buen día / tarde / noche), seguido de Au revoir (hasta luego). Además, aquí la gente se trata de monsieur o madame (señor o señora), palabra que debe ser adjunta al final de cada saludo si uno quiere demostrar lo refinado de su educación. La cereza del postre es cuando el saludo va dirigido a una pareja, en cuyo caso la palabra utilizada es monsieur-dame, que nosotros traducimos como "señor/ora", y nos resulta gracioso cada vez que la oímos.

Naturalmente, cuando los franceses están en confianza se tratan de tu y utilizan un registro de lenguaje más familiar. En particular los jóvenes se tratan siempre de tu, costumbre que a mi juicio se está expandiendo lentamente a medida que las nuevas generaciones reemplazan a las viejas, de manera análoga a como sucedió en Argentina. Por ejemplo, en el ambiente laboral se presupone que uno va a hablar siempre de usted, pero en mi caso (que trabajo en informática, donde la gente ronda los veinti/treintaypico), a partir de la segunda entrevista de trabajo, todos nos tratamos de tu. Por otro lado, el dueño del departamento donde vivimos, un tipo muy colgado pero súper buena onda que raspa los 50 años y podríamos calificar de "pendeviejo", nunca nos dejó tratarlo de usted.

Otra cosa que me llevó cierto tiempo descifrar es el proceso de saludarse. Me explico: todo el mundo sabe que los franceses se dan dos "besos", es decir, apoyar la mejilla en la correspondiente del otro, producir el sonido chuick, y repetir del otro lado (aunque en algunas regiones se repite tres o cuatro veces). Obviamente, esto no se hace en ambientes formales, donde se supone que uno se saluda de lejos o se da la mano. Hasta acá es igual que en Argentina. Pero la diferencia está en que, entre los hombres, no se acostumbra saludarse con besos a menos que seas más o menos amigo; es decir, si viene un amigo de un amigo a tu casa, se supone que le tenés que dar la mano. Esta sutileza generó un par de situaciones incómodas hasta que me percaté...

20 de febrero de 2011

El truco del anillo de oro

Antes de comenzar: sí, ya sé, no estuve escribiendo tanto como esperaba en el blog. Igualmente estoy llevando la cuenta de las cosas que les quiero contar. ¡Les prometo que, eventualmente, las voy a escribir!

Ahora, comencemos.

El miércoles pasado fui invitado a París por cuestiones laborales. Afortunadamente, me liberé unas dos horas y media antes de que saliera mi tren de regreso a Lyon, lo que me permitió hacer un pequeño paseo por la "ciudad luz". Decidí aprovechar para tomar unas fotos, de modo que comencé mi paseo en la Opera, me dirigí luego por Avenue de l'Opéra hasta la Place du Carrousel (frente al Louvre), a continuación bordeé la rivera del Sena hasta el Petit Palais atravesando el Jardin des Tuileries y la Place de la Concorde. Finalmente, fue mientras cruzaba el Pont Alexandre III, que ocurrió la anécdota que les voy a contar.

Fue justo después de sacar esta foto.

Me encontraba yo relocalizándome alegremente para tomar otro ángulo de esas impresionantes farolas que se encuentran a los lados del puente, cuando observé que a mi lado un hombre se agachaba y levantaba algo del piso, como si hubiera encontrado una moneda. No había visto nada al pasar por allí, pero le resté importancia: la gente encuentra monedas todo el tiempo. Estaba comenzando nuevamente a concentrarme en mi tarea, cuando súbitamente fui interrumpido por alguien que me llamaba desde mis espaldas.

Monsieur, monsieur!

Me dí vuelta. Un hombre me hablaba, mostrándome algo en su mano.

Vous avez laissé votre bague. [Se le ha caído su anillo] —dijo. Su acento indicaba que no era francés, y, a juzgar por su aspecto, parecía de origen báltico. Me acerqué y miré aquello que me mostraba en su mano: un anillo dorado simple, como una alianza.

Mis anillos son todos de plata, por lo que respondí rápidamente.

Non, ce n'est pas à moi. [No, no es mío].

El hombre probó rápidamente ponerse el anillo. Le quedaba chico para sus dedos.

Mais oui, c'est votre bague. Ça ne me rentre pas. Ce n'est pas à moi. [Pero sí, es su anillo. A mí no me entra. No es mío] —insistió.
Bon, ce n'est pas à moi non plus. [Bueno, tampoco es mío] —respondí. El hombre parecía seguro de que el anillo era mío.
Voyez, c'est en or. Ce n'est pas marqué. [Vea, es de oro. No tiene marcas] —aseveró, mientras me mostraba la cara interna del anillo. No tenía ninguna marca más allá de las de fundición. A decir verdad, no parecía realmente de oro, ya que el color era demasiado rojizo, más parecido al cobre. Me lo ofreció y agregó: —Tenez, cadeau. [Tenga, regalo (sic)].

Comencé a sospechar. Viniendo de una ciudad grande y conociendo que existen todo tipo de engaños que generalmente consisten en distraer a la víctima para que un tercero le arrebate, cuando no se trata de comenzar una conversación para acercarse a la víctima y asaltarle con algún tipo de arma (me ha pasado), me dispuse a desembarazarme rápidamente de la situación con repitiendo cortésmente "Non, merci" ante su insistencia mientras me alejaba.

Felizmente ese fue el final de la cosa, pero me quedé intrigado por la metodología. Al regresar a casa y contarle a Sofía la anécdota, ella no lo podía creer: a su madre le había ocurrido exactamente los mismo un mes antes, con la diferencia que ella había aceptado el "regalo". Inmediatamente después, el hombre le pidió dinero, momento en que ella se dio cuenta de la estafa y devolvió el anillo.

Esta peculiar coincidencia me llamó la atención, y se me ocurrió buscar en internet a ver si a alguien más le había pasado, y cuál había sido el desenlace. Grande fue mi sorpresa al encontrarme con muchos sitios donde cuentan de este engaño, al punto en que ya se ha convertido en un "clásico" de París.

En este enlace pueden leer la anécdota de un estadounidense al que le ocurrió lo mismo en 2007, y entre los comentarios, las historias de varios otros: Honesty and Lost Rings in Paris

21 de septiembre de 2010

Mitos y verdades

¡Bienvenidos a nuestro humilde blog!

Desde que llegamos a Francia, hace cosa de mes y medio, pensamos en abrir un blog contando las peculiaridades que encontramos como extranjeros, las cosas locas que nos suceden, y otras cosas tal vez no tan locas pero que tal vez le puedan resultar interesantes a alguien más que nuestros familiares directos :P

Pasado el pequeño preámbulo, comencemos.

En Argentina, o al menos en Buenos Aires, siempre se tuvo una idea un poco idealizada del Primer Mundo, pero especialmente del viejo continente. ¿Quién no escuchó al menos una vez a alguien decir "en Europa esto no pasa"? En este primer post, intentaré desmitificar algunas cosas que descubrí apenas llegué.

"En Europa los perros no cagan en la calle, y si lo hacen, sus respectivos dueños la levantan con una bolsita."


Totalmente falso. En mi experiencia, diría que en la vereda hay una cantidad de caca similar a la que uno encuentra en Buenos Aires. Creo que los dueños que la levantan son minoría.

"En Europa la gente es mucho más respetuosa de las normas de tránsito"


Hay una parte cierta y una parte falsa. Si bien es cierto que la gente (al menos acá en Lyon) en general maneja de una forma menos suicida que en Buenos Aires, está lejos de ser "bien". Los peatones y los ciclistas cruzan en rojo y por la mitad de cuadra. He visto muchos autos abollados, y la gente estaciona de cualquier forma en cualquier lado. Por otro lado, son mucho más respetuosos con los ciclistas: por ejemplo, si uno va en bicicleta por una calle muy angosta, no te cagan a bocinazos para que te corras, sino que van despacito atrás tuyo hasta que vos encuentres el momento para orillarte. Aparentemente es bastante difícil sacar el registro, ya que tengo un conocido que lo intentó ocho veces hasta que finalmente lo consiguió.

"En Europa las calles están en mucho mejor estado"


En general las calles están en buen estado, pero también hay bastantes pozos.

"En Europa están mucho mejor organizados"


¡Depende! Acá en Francia hay un nivel altísimo de burocracia. Para cualquier cosa que quieras hacer, tenés que llevar fotocopia de esto y lo otro, llenar un formulario, mandarlo por correo certificado, esperar la respuesta (por correo), firmar el segundo papel que te mandan por correo y llevarlo a una agencia, sacar número, y presentar todo por triplicado en la oficina del 4to piso. Después, a esperar dos meses la respuesta. Si recuerdan "la casa que vuelve loco" en Las doce pruebas de Astérix, ¡es una parodia de la burocracia francesa!