28 de abril de 2011

Buen día, hábleme de usted

Una de las primeras cosas que uno aprende cuando aprende francés, es que en Francia la gente se trata de usted. Esta práctica, gracias a que en Argentina está largamente perdida y actualmente reservada a la gente mayor o los ambientes exageradamente formales, siempre me presentó dificultades. Personalmente, siempre que lo intento me enredo y termino mezclando tonos, diciendo la mitad en usted y la mitad en vos. Para peor de males, en francés usted y ustedes se escribe y se conjuga igual...

En Francia, aprender a tratar a la gente de usted es esencial. Aquí la politesse (cortesía) es muy importante, y si uno no cumple, está muy mal visto y puede llegar a ser interpretado como una falta de respeto. Uno puede chocar el auto y cagarse a puteadas con el otro, pero si lo llegás a tutear, decididamente la cosa termina a las manos.

Salvo durante la revolución francesa, cuando hasta
descabezar estatuas fue considerado polite.

Algo que nos sorprendió cuando llegamos al país es que aquí todo el mundo se saluda. No solo eso, sino que también existen formulas muy específicas que se supone que uno tiene que seguir. Entrás a un negocio y lo primero que se dice es Bonjour (buen día) o Bonsoir (lit. "buenas noches", pero se usa a partir de las 6 de la tarde). Al irse, se saluda con Bonne journée, Bonne après-midi, o Bonne soirée (que tenga un buen día / tarde / noche), seguido de Au revoir (hasta luego). Además, aquí la gente se trata de monsieur o madame (señor o señora), palabra que debe ser adjunta al final de cada saludo si uno quiere demostrar lo refinado de su educación. La cereza del postre es cuando el saludo va dirigido a una pareja, en cuyo caso la palabra utilizada es monsieur-dame, que nosotros traducimos como "señor/ora", y nos resulta gracioso cada vez que la oímos.

Naturalmente, cuando los franceses están en confianza se tratan de tu y utilizan un registro de lenguaje más familiar. En particular los jóvenes se tratan siempre de tu, costumbre que a mi juicio se está expandiendo lentamente a medida que las nuevas generaciones reemplazan a las viejas, de manera análoga a como sucedió en Argentina. Por ejemplo, en el ambiente laboral se presupone que uno va a hablar siempre de usted, pero en mi caso (que trabajo en informática, donde la gente ronda los veinti/treintaypico), a partir de la segunda entrevista de trabajo, todos nos tratamos de tu. Por otro lado, el dueño del departamento donde vivimos, un tipo muy colgado pero súper buena onda que raspa los 50 años y podríamos calificar de "pendeviejo", nunca nos dejó tratarlo de usted.

Otra cosa que me llevó cierto tiempo descifrar es el proceso de saludarse. Me explico: todo el mundo sabe que los franceses se dan dos "besos", es decir, apoyar la mejilla en la correspondiente del otro, producir el sonido chuick, y repetir del otro lado (aunque en algunas regiones se repite tres o cuatro veces). Obviamente, esto no se hace en ambientes formales, donde se supone que uno se saluda de lejos o se da la mano. Hasta acá es igual que en Argentina. Pero la diferencia está en que, entre los hombres, no se acostumbra saludarse con besos a menos que seas más o menos amigo; es decir, si viene un amigo de un amigo a tu casa, se supone que le tenés que dar la mano. Esta sutileza generó un par de situaciones incómodas hasta que me percaté...

20 de febrero de 2011

El truco del anillo de oro

Antes de comenzar: sí, ya sé, no estuve escribiendo tanto como esperaba en el blog. Igualmente estoy llevando la cuenta de las cosas que les quiero contar. ¡Les prometo que, eventualmente, las voy a escribir!

Ahora, comencemos.

El miércoles pasado fui invitado a París por cuestiones laborales. Afortunadamente, me liberé unas dos horas y media antes de que saliera mi tren de regreso a Lyon, lo que me permitió hacer un pequeño paseo por la "ciudad luz". Decidí aprovechar para tomar unas fotos, de modo que comencé mi paseo en la Opera, me dirigí luego por Avenue de l'Opéra hasta la Place du Carrousel (frente al Louvre), a continuación bordeé la rivera del Sena hasta el Petit Palais atravesando el Jardin des Tuileries y la Place de la Concorde. Finalmente, fue mientras cruzaba el Pont Alexandre III, que ocurrió la anécdota que les voy a contar.

Fue justo después de sacar esta foto.

Me encontraba yo relocalizándome alegremente para tomar otro ángulo de esas impresionantes farolas que se encuentran a los lados del puente, cuando observé que a mi lado un hombre se agachaba y levantaba algo del piso, como si hubiera encontrado una moneda. No había visto nada al pasar por allí, pero le resté importancia: la gente encuentra monedas todo el tiempo. Estaba comenzando nuevamente a concentrarme en mi tarea, cuando súbitamente fui interrumpido por alguien que me llamaba desde mis espaldas.

Monsieur, monsieur!

Me dí vuelta. Un hombre me hablaba, mostrándome algo en su mano.

Vous avez laissé votre bague. [Se le ha caído su anillo] —dijo. Su acento indicaba que no era francés, y, a juzgar por su aspecto, parecía de origen báltico. Me acerqué y miré aquello que me mostraba en su mano: un anillo dorado simple, como una alianza.

Mis anillos son todos de plata, por lo que respondí rápidamente.

Non, ce n'est pas à moi. [No, no es mío].

El hombre probó rápidamente ponerse el anillo. Le quedaba chico para sus dedos.

Mais oui, c'est votre bague. Ça ne me rentre pas. Ce n'est pas à moi. [Pero sí, es su anillo. A mí no me entra. No es mío] —insistió.
Bon, ce n'est pas à moi non plus. [Bueno, tampoco es mío] —respondí. El hombre parecía seguro de que el anillo era mío.
Voyez, c'est en or. Ce n'est pas marqué. [Vea, es de oro. No tiene marcas] —aseveró, mientras me mostraba la cara interna del anillo. No tenía ninguna marca más allá de las de fundición. A decir verdad, no parecía realmente de oro, ya que el color era demasiado rojizo, más parecido al cobre. Me lo ofreció y agregó: —Tenez, cadeau. [Tenga, regalo (sic)].

Comencé a sospechar. Viniendo de una ciudad grande y conociendo que existen todo tipo de engaños que generalmente consisten en distraer a la víctima para que un tercero le arrebate, cuando no se trata de comenzar una conversación para acercarse a la víctima y asaltarle con algún tipo de arma (me ha pasado), me dispuse a desembarazarme rápidamente de la situación con repitiendo cortésmente "Non, merci" ante su insistencia mientras me alejaba.

Felizmente ese fue el final de la cosa, pero me quedé intrigado por la metodología. Al regresar a casa y contarle a Sofía la anécdota, ella no lo podía creer: a su madre le había ocurrido exactamente los mismo un mes antes, con la diferencia que ella había aceptado el "regalo". Inmediatamente después, el hombre le pidió dinero, momento en que ella se dio cuenta de la estafa y devolvió el anillo.

Esta peculiar coincidencia me llamó la atención, y se me ocurrió buscar en internet a ver si a alguien más le había pasado, y cuál había sido el desenlace. Grande fue mi sorpresa al encontrarme con muchos sitios donde cuentan de este engaño, al punto en que ya se ha convertido en un "clásico" de París.

En este enlace pueden leer la anécdota de un estadounidense al que le ocurrió lo mismo en 2007, y entre los comentarios, las historias de varios otros: Honesty and Lost Rings in Paris